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30 de septiembre de 2016

In Memoriam, Simón Peres

In memoriam Simón Peres






Hace 18 años, la televisión israelí produjo un documental sobre las distintas etapas de su vida, y Simón Peres me propuso que lo acompañase a Vishneva, su pueblo natal en Bielorrusia. Entramos en una casa rústica de madera, no demasiado grande. En el espacioso patio cacareaban las gallinas. Aunque le habían advertido que no bebiese del pozo (“Chernóbil ha envenenado nuestras tierras”, explicaban los lugareños), Peres bajó con sus propias manos el cubo enganchado a una cadena, lo volvió a sacar, llenó un vaso de metal y bebió entusiasmado el agua de su infancia. Cuando me contó que, a los ocho años, había destrozado la radio de su padre porque este la encendía el sabbat, le pregunté si su padre le había pegado alguna vez. “A mí nunca me ha pegado nadie”, fue su respuesta. Algo en su tono de voz despertó mi curiosidad. “¿Nadie?”, insistí yo. “¿Nunca? ¿Ni una pelea en el colegio o jugando?”. “Nadie. Jamás. No me han pegado y yo nunca he pegado”. Peres no conoce lo que casi todo el mundo ha experimentado alguna vez en carne propia, en especial los jóvenes, pensé entonces. ¿Podría ser esto una clave –una de las muchas– de su manera de ser, de su forma de relacionarse con el mundo? ¿Por eso acabó siendo un excluido, una persona permanentemente rodeada de un cierto aislamiento?

El expresidente israelí Simón Peres junto a su esposa, Sonya, en una imagen de 1985. Herman Chanan EFE

Y no es que Simón Peres no se mezclase en los asuntos del mundo. Estaba metido hasta las cejas y participaba activamente y con iniciativa en innumerables temas. Se involucraba con desenfreno en las intrigas de la política interior, estaba ávido de acción, ansioso por cambiar el mundo, y, a pesar de todo, siempre parecía en cierto modo aislado. Tenía perspectiva –histórica, fiel a unos principios, abstracta–, y dominaba el análisis de los procesos trascendentales. En eso era brillante. Sin embargo, para las cosas pequeñas que componen la realidad, le faltaba talento y también paciencia.

“El fin de una era”, decían ayer algunas necrologías. Lo decían incluso las de los políticos de derechas que le complicaron la vida y se burlaron de su “visión pacifista”. Pero, en realidad, la era de Simón Peres y de su visión ya había llegado a su fin a mediados de la década de 1990, cuando Isaac Rabin fue asesinado. De hecho, había terminado incluso antes, cuando se malograron los Acuerdos de Oslo que Peres, siendo ministro de Asuntos Exteriores, había hilvanado de cualquier manera a espaldas del entonces primer ministro Isaac Rabin.

El fracaso de los acuerdos y la oleada de violencia que estalló acto seguido provocaron en la mayoría de mis compatriotas la sensación de que Israel había cometido un error fatal al dejarse arrastrar para que confiara en Arafat y los palestinos. Para la mayor parte de la opinión pública israelí, Peres no tenía menos responsabilidad que Rabin en el curso de los acontecimientos. “Criminales de Oslo”, les gritaban los manifestantes de derechas, y afirmaban que sobre la conciencia de ambos pesaba el millar de israelíes muertos en la espiral terrorista que siguió al naufragio de las resoluciones. (Como si, en el caso de que los Acuerdos de Oslo no se hubiesen firmado, los palestinos se hubiesen sometido con docilidad y sin resistencia a la ocupación israelí hasta el fin de los tiempos).

Posiblemente, en aquellos años, el odio por Peres nació del hecho de que, con su elocuencia, con su talento poco común para infundir esperanza, para abrir una ventana al futuro, lograse transmitir a los israelíes desconfiados y marcados por la guerra, aunque solo fuese de forma pasajera y en contra de su instinto, fe en que también para ellos había la variante existencial de otra vida en paz. Mientras nos dejábamos arrastrar por el visionario Simón Peres hacia la idea de un “nuevo Oriente Próximo” concebida por él mismo, los israelíes sentíamos que habíamos burlado nuestro destino marcado por la guerra y las catástrofes; un destino grabado a fuego a lo largo de nuestra trágica historia. Y cuando los Acuerdos de Oslo fracasaron y se frustró la esperanza que, aunque fuese por un instante, nos habíamos permitido, no se pudo perdonar a Peres.

Simón Peres era un hombre orientado enteramente al futuro. Mientras el Estado se hundía cada vez más en un relato genealógico de índole religiosa, él pertenecía a aquellos que se entregaban a lo universal, a la ciencia, a la racionalidad, a la democracia y al conocimiento libre; a quienes se catapultaban como un ancla hacia una utopía lejana, aún invisible y, a continuación, se afanaban con todas sus fuerzas en alcanzarla. Peres creía firmemente que orientarse al futuro generaba una energía que permitía superar los obstáculos del pasado y del presente, ahuyentando así la resignación y la apatía que padece actualmente la sociedad israelí.

He aquí un ejemplo del pensamiento y el modo de proceder peresiano: “Fui a ver a Putin”, me contaba cuando ya estaba cerca de los 90, “y le dije lo siguiente: dentro de un año acaba el control de Egipto sobre el Nilo; expira el acuerdo histórico con Gran Bretaña y Francia. Etiopía ya está reclamando el agua y puede haber peligro de guerra. Vayamos los dos a ver a Mursi (el entonces presidente egipcio) y hagámosle una propuesta: nosotros, los israelíes, podríamos proporcionar a los egipcios un Nilo tres veces mayor. Tenemos los medios técnicos para duplicar el caudal de agua de su país. A mí”, proseguía Peres, “Morsi no me escucharía, pero seguro que a usted sí, señor Putin. No utilizaremos la política. La política está caduca. Lo haremos por medio de las grandes empresas, ya que son ellas las que gobiernan el mundo hoy en día”.

Así pensó y actuó Peres toda su vida. Consideraba que el (opresivo, trivial) presente no era más que un impedimento efímero por el cual no había que dejarse detener de ninguna manera. Para él, la resignación no era una opción. La política pasiva de Netanyahu y su rechazo a reemprender las negociaciones israelí-palestinas lo enfurecían, contradecían su código genético, que lo impulsaba sin cesar hacia iniciativas impetuosamente creativas. En nuestras conversaciones ocasionales yo percibía con nitidez lo que Peres ocultaba en público tras su inagotable optimismo: la profunda preocupación que le producían el nacionalismo, el fanatismo y el marasmo político de Israel. Sabía –y no se resignó a ello ni siquiera en sus últimos momentos– que en su país estaba germinando una realidad catastrófica para ambos pueblos, y que él, el propio Simón Peres, pertenecía al bando derrotado por la historia.

Era un hombre contradictorio. El joven que soñaba con ser “pastor de ovejas y poeta de las estrellas” se convirtió en líder de un país entregado la mayor parte del tiempo a la guerra y el derramamiento de sangre. Durante años se negó a reconocer que la creación de un Estado palestino fuese la solución al conflicto, y apoyó los inicios de la política de asentamientos en los territorios ocupados. Más tarde se convirtió en un estadista que simbolizó como ningún otro la disposición al compromiso y el esfuerzo por lograr una paz histórica con los palestinos. En la batalla contra sus adversarios políticos se manifestó como un manipulador sin restricciones, lo cual, no obstante, delataba en él–y nadie podía sustraerse a ese influjo– auténtica grandeza. Era un amante de la cultura y un defensor convencido de los derechos humanos, pero sobre su conciencia pesaba la muerte de más de un centenar de refugiados que en 1995 perdieron la vida en Líbano cuando Israel bombardeó la población de Kafar Kanna.

En los próximos días intentaremos seguir ahondando en el fondo de su personalidad. Tal vez justamente aquello que hacía de Simón Peres una persona tan compleja y fascinante fue lo mismo que motivó que los israelíes dejasen de elegirlo para ocupar altos cargos. Fue derrotado una y otra vez en las elecciones y se quedó con la etiqueta del eterno perdedor. Durante años libró incansablemente una desagradable batalla contra Isaac Rabin, preferido por el pueblo y (solo en apariencia) más franco y fácil de descifrar. Tal vez a su compleja personalidad se deba no solo que Peres perdiese las elecciones, sino también que se viese privado de algo que a otros políticos menos capaces sí les ha cabido en suerte: el afecto de la multitud.

Desde el mismo comienzo de su carrera política, Peres fue sin duda un hombre importante, pero no por ello querido. No era, sencillamente, uno más, alguien que pudiese apelar directamente al corazón de los israelíes, o, mejor dicho, a sus vísceras. Por eso los años como presidente le hicieron tanto bien, ya que, estando en el cargo –así lo sentía él–, fluyó por primera vez hacia su persona el afecto de la mayoría de la población israelí; en él le abrieron por fin su corazón también aquellos que hasta entonces habían visto en él al excéntrico visionario y, en más de una ocasión, incluso al traidor. Así es como yo lo recordaré: una tarde lo llamé por teléfono al despacho presidencial para convencerlo de una idea que pensaba que le podía interesar. “¿Y por qué por teléfono?”, me preguntó. “¿Está libre esta noche? Pues entonces, pásese a cenar”.

El palacio presidencial estaba medio a oscuras, y, entre sus jóvenes guardaespaldas, Peres parecía viejo y solo. Cuando entré en su despacho, se irguió, la vida iluminó su mirada, y se entregó inmediatamente a un monólogo sobre los Gobiernos actuales de todo el mundo, demasiado débiles como para resolver ni uno solo de los problemas vitales en materia de economía y seguridad. Luego habló de un proyecto científico, el Centro Peres para la Paz, que trabajaba en los últimos avances médicos: “Pronto tomaremos los medicamentos a través de la fruta. En ella habrá de todo, desde remedios para el dolor de cabeza hasta píldoras contra el envejecimiento”. Luego pasó a la nanotecnología, uno de sus temas favoritos, y me pintó el escenario de la guerra del futuro, sobre el cual volarían “avispas” electrónicas dirigidas por control remoto. Asimismo se refirió “a los mayores enemigos de la democracia en el mundo árabe: los maridos que niegan a sus esposas la igualdad de derechos”, y de los cinco libros que estaba leyendo al mismo tiempo, uno de ellos Cincuenta sombras de Grey (“La lectura me ha aburrido. Nada de creatividad, nada de auténtico erotismo”).

La cena fue sencilla, como en los días del kibutz: tortilla de setas, ensalada de verduras picadas con queso, unos cuencos de requesón, pan de comino y un vaso de vino tinto. Peres habló y se rió. Recordó el histórico encuentro entre Ben Gurión y De Gaulle, en el que él estuvo presente. Yo lo observaba. Desde que lo conocí personalmente, sentía por él profundo respeto y admiración. Precisamente sus contradicciones lo convertían para mí en un ser humano conmovedor y fascinante. Esta persona ha visto pasar casi un siglo y, a su manera, le ha dejado su impronta, pensaba. Solo algunos han tenido el privilegio de vivir una vida tan plena y apasionante. Se lo dije. Hizo un gesto quitándole importancia y, riendo, respondió: “¡Pues no he hecho más que empezar!” Durante un instante lo vi feliz, tanto como si creyese en sus propias palabras.

David Grossman es escritor israelí

24 de septiembre de 2016

Música para camaleones (93) Father John Misty - I love you, honeybear




[Verse 1] Oh, honeybear, honeybear, honeybear Mascara, blood, ash and cum On the Rorschach sheets where we make love Honeybear, honeybear, honeybear (oooh ooh oooh) You fuck the world damn straight malaise It may be just us who feel this way But don't ever doubt this, my steadfast conviction My love, you're the one I want to watch the ship go down with The future can't be real, I barely know how long a moment is Unless we're naked, getting high on the mattress While the global market crashes As death fills the streets we're garden-variety oblivious You grab my hand and say in an "I told you so" voice: "It’s just how we expected" [Chorus] Everything is doomed And nothing will be spared But I love you, honeybear (oooh oooh oooh oooh oooh oooh) Honeybear, honeybear, honeybear (oooh oooh oooh oooh oooh oooh) 

[Verse 2] You're bent over the altar And the neighbors are complaining That the misanthropes next door Are probably conceiving a Damien Don't they see the darkness rising? Good luck fingering oblivion We're getting out now while we can You're welcome boys, have the last of the smokes and chicken Just one Cadillac will do to get us out to where we're going I've brought my mother's depression You've got your father's scorn and a wayward aunt's schizophrenia [Chorus] But everything is fine Don't give into despair Cause I love you, honeybear (oooh oooh oooh oooh oooh oooh) Honeybear, honeybear, honeybear (ooo ooo ooo ooo ooo ooo) (ooo ooo ooo ooo ooo ooo ooo ooo ooo ooo ooo ooo)

Música para camaleones (92) Ben L'Oncle Soul - Seven Nation Army



I'm gonna fight 'em off A seven nation army couldn't hold me back They're gonna rip it off Taking their time right behind my back And I'm talking to myself at night Because I can't forget Back and forth through my mind Behind a cigarette And the message coming from my eyes Says leave it alone Leave it alone And I'm talking to myself at night Because I can't forget Back and forth through my mind Behind a cigarette And the message coming from my eyes Says leave it alone Leave it alone And I'm talking to myself at night Because I can't forget Back and forth through my mind Behind a cigarette And the message coming from my eyes Says leave it alone Leave it alone Don't want to hear about it Every single one's got a story to tell Everyone knows about it From the Queen of England to the hounds of hell And if I catch it coming back my way I'm gonna serve it to you And that ain't what you want to hear But that's what I'll do And a feeling coming from my bones Says find a home Find a home And if I catch it coming back my way I'm gonna serve it to you And that ain't what you want to hear But that's what I'll do And a feeling coming from my bones Says find a home Find a home And if I catch it coming back my way I'm gonna serve it to you And that ain't what you want to hear But that's what I'll do And a feeling coming from my bones Says find a home Find a home And a feeling coming from my bones Says find a home Find a home Go back home Go back home

20 de septiembre de 2016

Vocabulario Fundamental. Odio (6) 'Paths of hate', odio a muerte entre las nubes




'Paths of hate' es un sobresaliente corto de animación dirigido por el polaco Damian Nenow en 2010 que como el propio director explica ".. habla sobre los demonios que duermen en el interior del alma humana y que una vez que despiertan empujan al ser humano a un abismo de odio, furia y rabia sin control." En un trepidante combate aéreo dos pilotos luchan en sus aviones (un Spitfire inglés y un Messerschmitt Bf-109 alemán) a muerte y odio eterno en un combate que singulariza los horrores de las guerras que han acompañado al ser humano desde su nacimiento como especie. Tras él una atinada crítica de este corto escrita por Nacho Villalba en la web Cine Maldito.





Paths of Hate (Damian Nenow)

Nacho Villalba en Cine Maldito

No hay nada especialmente novedoso en el discurso de Paths of hate (2010): su exiguo cuerpo dramático (la persecución sin cuartel de dos aviones de combate en medio de una guerra indeterminada) sirve para trazar otra reflexión sobre lo absurdo de la violencia y la facultad deshumanizadora del odio, que su director, el polaco Damian Nenow, escenifica de forma literal amparándose en el genero fantástico. De repente los soldados dejan de ser soldados y se transfiguran en cuerpos demoniacos animados por su odio al otro, llevando el relato a territorios puramente metafóricos donde el rojo sangre del cielo y de la ira resulta más expresivo que todas las pancartas del mundo. Esto, que podría interpretarse como una redundancia, contribuye a cargar de intensidad narrativa un cortometraje más preocupado por la transmisión del mensaje que por el mensaje en sí.

Lo valioso de Paths of hate, pues, reside en su asombrosa animación. Exprimiendo al máximo las posibilidades del CGI, Nenow logra extraer un dinamismo hipnótico de todas las figuras que aparecen en pantalla, haciendo que líneas y colores dancen armónicamente y cargando de elocuencia expresiva elementos mínimos o insignificantes (una foto, un crucifijo, una gota de sangre), llevando a cabo un proceso de depuración estilística que acaba cristalizando en una suerte de elaborado y sofisticadísimo minimalismo, cercano en su obsesión por el detalle a la estética del anime, pero manteniendo de fondo un toque abstracto y límpido que le aporta personalidad. Más allá de sus enérgicos y estilizados acercamientos a la violencia, la cinta destaca por la elegancia casi placentera con la que dicha violencia acaba plasmándose en la pantalla, cuajando momentos de gran belleza digitalizada que nunca se siente excesivamente artificial (esto no es un videojuego, para entendernos).

En su superficie aceitada y en su habilidad para planificar escenas de acción francamente complejas, reside la fuerza galvánica de un cortometraje (premiado en festivales tan prestigiosos como el de Annecy) que atrapa por la cualidad fascinadora de sus formas, mientras deja que en su fondo palpite un grito de rabia contra la condición autodestructiva del hombre que, no por conocida, resulta menos poderosa. Si disculpamos su escasa originalidad y su pequeñez conceptual, podremos extraer placeres intensos (básicamente estéticos) de este contundente ejercicio de animación arty para tiempos nihilistas y oscuros como los nuestros. Porque su conclusión no puede ser más descorazonadora: lo único que nos mueve es el odio, y en él nos acabamos consumiendo, en él desaparecemos.

18 de septiembre de 2016

Vocabulario Fundamental. Memoria (26) 'Un día vi 10.000 elefantes': una memoria de Guinea Ecuatorial


 
 
"Fantástico ejercicio de memoria y de negror nostálgico (...) aliñado por una lírica y finísima crítica al colonialismo, (...) Película muy curiosa e ilustrativa" Oti Rodríguez Marchante: Diario ABC

"Es un interesante acercamiento al colonialismo en Guinea (...) parte de un cierto onirismo para alcanzar una memoria crítica en las antípodas de la nostalgia." Javier Ocaña: Diario El País

"Hermosa e inclasificable opera prima alumbrada tras más de quince años de investigación histórica y formal (...)" Sergio F. Pinilla: Cinemanía

En  esta película, dirigida por Alex Guimerá y Juan Pajares en 2015 en la que Angono Mba, un octogenario guineano, rememora desde el salón de su casa la expedición en la que hizo de porteador para el cineasta madrileño Manuel Hernández Sanjuán y su equipo, que los llevó entre 1944 y 1946 a recorrer la Guinea española, documentando la vida en la colonia y buscando un misterioso lago, donde según contaba una leyenda africana, se podían ver 10.000 elefantes juntos. 

Narrativamente, la película está a caballo entre el relato histórico, la ficción y el documental y formalmente, combina la imagen real, la fotografía y la animación para componer una velada crítica a la injusticia flagrante del colonialismo y una nueva y original perspectiva a algunos de los problemas que pervierten nuestras sociedades actuales como las desigualdades sociales, la xenofobia y las hirientes diferencias entre primer y tercer mundo.

De  la obsesión del cineasta español por encontrar aquel lago, de las aventuras propias de una expedición por aquel lugar desconocido y de los sentimientos contradictorios de ambos personajes, surge esta fascinante historia de pasión por África, el pasado y la memoria. 
 
 
 
Making of 'Un día vi 10000 elefantes'


13 de septiembre de 2016

Ciclo de cine clásico USA (28) 'Toro salvaje', de Martin Scorsese

Martin Scorsese daba la bienvenida a la década de los ochenta con otra de sus master pieces, 'Toro salvaje' (Raging bull, 1980), que recreaba el ascenso y caída del mítico boxeador Jake la Motta. Con esta película el director conseguiría con su primera nominación al Oscar y Robert de Niro (en la piel y alma del púgil neoyorquino) se afianzaba como uno de los grandes actores del momento, ganando su segundo Oscar. También fue premiado el tremendo montaje de Thelma Schoonmaker (que montaría la mayor parte de los filmes de Scorsese) en el emotivo y eficaz uso de la cámara lenta, en las estilizadas elipsis de los combates o para mostrar los recuerdos desvaídos de ese tiempo de felicidad que muestran las películas familiares y que se le escurren a LaMotta por el desagüe de los celos y la locura. 

Reconocidos fueron también el soberbio guión de Paul Schrader y el talento descomunal de un secundario de auténtico lujo, Joe Pesci (en el papel de hermano de Jake), que participaría años después junto a Scorsese, de Niro -y Schoonmaker- en las también magníficas 'Goodfellas' y 'Casino'. 

En fin, les dejamos con esta violenta radiografía de la derrota, de la autodestrucción física y moral, probablemente la mejor película sobre el convulso mundo del boxeo. Después una excelente crítica en Blog de cine analiza en profundidad esta nueva entrega de nuestro ciclo de cine clásico norteamericano. 




"¿Quién es un animal? Tu madre es un animal, hijo de puta..." -Jake LaMotta (Robert De Niro)

Mucho había cambiado la situación para Scorsese desde finales de los años sesenta, época en la que no era más que otro aspirante a director sin futuro, y finales de los setenta, con varios importantes logros artísticos alcanzados, con laPalma de Oro de Cannes y el máximo respeto de sus colegas de generación. Sin embargo, una vida al límite de fiestas, drogas y amistades superfluas, le llevaron a poner en peligro, literalmente, su salud. Se divorció y pasó varios meses en un estado de tensión y agotamiento brutales, sin decidirse en lo personal y en lo profesional. Finalmente, en septiembre de 1978 es ingresado en un hospital, con diagnóstico grave de hemorragia interna. Llegó a temerse por su vida durante varios días. Mientras tanto, Schrader terminaba el guión del muy esperado proyecto de 'Toro salvaje' (id, 1980), que De Niro intentó convencer a Scorsese que debía ser su próxima película. Scorsese le dio la razón.

El cineasta italoamericano se sintió inmediatamente identificado con el boxeadorJake LaMotta (campeón del mundo de peso medio en 1949), cuya vida iba a ser investigada en la película, y se puso manos a la obra con un fervor que creía perdido, y con la confianza en sí mismo restablecida, o al menos es lo que quería creer. El fracaso de 'New York, New York' en 1977, y la terrible presión que él mismo se auto imponía, además de su adicción a diversas drogas, a punto estuvieron de dar al traste con una de las carreras más aclamadas de las últimas décadas, que con 'Toro salvaje' se reanudaba de manera gloriosa, para una de las obras maestras más proverbiales del realizador. Un filme que era, al mismo tiempo, el comienzo de una nueva etapa y la constatación de que el artista ha de luchar consigo mismo tanto como con su propio material, del mismo modo que el mayor enemigo que nunca tuvo LaMotta en el ring fue el propio LaMotta.

Como es habitual en casi todas sus películas, y a pesar de lo satisfechos que De Niro y Scorsese se sentían con el guión de Paul Schrader (el segundo que escribía para Scorsese después de 'Taxi Driver'), ambos, director y actor, se fueron durante unas semanas a la isla de St. Martin, a reescribir el libreto casi por entero. Todavía débil, y sin demasiados ánimos, De Niro es un apoyo constante. Le levanta por las mañanas con el café preparado, le estimula a dar lo mejor de sí mismo, se comporta en definitiva como un gran amigo y gran admirador del talento de Scorsese, quien se enfrenta a este proyecto con una energía casi ilimitada una vez comprende que puede hacerlo. El complejo rodaje de 'Toro salvaje' conllevó veinte semanas de filmaciones (diez para los combates, y otras diez para la descripción de varios pasajes de la vida de LaMotta), y el imponderable de tener que esperar tres meses a que De Niro, fiel a su entrega absoluta, viajara a Italia y Francia a engordar los treinta kilos de más que su personaje luce al final de la historia.

El ring como metáfora del castigo y el sacrificio

Como puede suponer el lector, la decisión más complicada para Scorsese fue la elección del blanco y negro (en un soberbio trabajo de Michael Chapman) frente al color. De hecho es la única vez en su carrera que no filmó en color, pero le costó mucho atreverse, pues temía ser considerado un pretencioso. Sin embargo, es inimaginable esta película en color. Su blanco y negro no solamente trae reminiscencias de un cine de los años cuarenta y cincuenta (con Elia Kazan a la cabeza) que realmente significa un espejo estético y narrativo, también son una declaración de intenciones: esto no iba a ser otra historia comercial sobre boxeo, si no un descenso a los infiernos. Descenso que recorre el a menudo abyecto Jake LaMotta, un sujeto excitable y violento hasta el paroxismo, aunque también, quizá, demasiado humano: atormentado, doliente, lastimado en su interior. Desde el principio de la historia nos queda claro que el mayor enemigo de LaMotta es él mismo, que sufre una serie de complejos y de sentimientos de inferioridad brutales, que le impiden una necesaria calma interior, y le abocan a una autodestrucción sin concesiones.


Tres relaciones serán las que marcarán la historia (una historia llena de elipsis y necesarias lagunas temporales, para contar varias décadas de la vida del púgil): la que tiene con su hermano Joey (un espectacular, como siempre, Joe Pesci), la que le une con su mujer Vicky (una sensual, casi turneriana, Cathy Moriarty), y la que sufre consigo mismo. Los expertos de boxeo de la época, definían el estilo de LaMotta como la de un boxeador que luchaba como si no mereciera vivir, avanzando siempre a pesar de los golpes y el castigo físico. Esto es el tema principal de la película, que contó con el propio LaMotta (que aún vivía y vive) como asesor, y que comienza con tres imágenes muy distintas del boxeador: en los créditos él sólo calentando en la lona (expresión exacta y terrible de su vacío interior, de su odio a sí mismo), a continuación muchos años más tarde y mucho más gordo y acabado, y finalmente en plena forma pero perdiendo por estar el combate amañado por la mafia. Con fiera sinceridad, Scorsese se desmarca con estas tres imágenes de cualquier lugar común sobre un supuesto héroe pugilístico y se adentra, sin remisión, en el plano de lo abstracto, de la desesperanza anímica y la penetración psicológica.

La elaborada mecánica de rodaje de los combates en esta película se saldó con varios de los mejores y más impresionantes jamás rodados. Todos ellos, aunque comparten una cierta estilización y un deseo por parte de Scorsese de alejarse de lo estático para adentrarse en el terreno de lo dinámico, también gozan de detalles independientes que los hacen únicos, desde un punto de vista emocional, psicológico o narrativo. Por supuesto que para ello fue crucial el reencuentro profesional con la montadora Thelma Schoonmaker, con quien no trabajaba desde el documental 'Street Scenes', en 1970. Futura pareja del ya fallecidoMichael Powell, mítico director de quien se pueden rastrear influencias en 'Toro salvaje', este reencuentro de Schoonmaker con Scorsese significará el comienzo de una colaboración exclusiva que perdura hasta el día de hoy. Ella dice que todo lo que sabe de montaje lo aprendió de él, mientras él no deja de alabar el inmenso talento de su amiga. Sea como fuere, esta unión creativa (una más) en la carrera de Scorsese tendrá en 'Toro salvaje' un exponente de la genialidad de ambos, que se entregan a un frenesí creativo en la planificación y el montaje pocas veces visto.

La nerviosa cámara de Scorsese se introduce en los combates con singular talento dinámico, mientras el montaje de Schoonmaker provoca lo que andaban buscando: que cada golpe duela. Pero no solo eso, pues ambos tenían ante así la inmensa hazaña de procurar que tantas elipsis temporales se aceptaran como naturales, a lo largo de varios años y muchos eventos, y debían construir un armazón sin fallas, como finalmente hicieron. Así, la inmensa y descarnada interpretación de De Niro, tan recordada, se sostiene sobre un pilar de sabiduría audiovisual, y puede dar lo mejor de sí mismo pese a lo resbaladizo (moral y psicológicamente) de su personaje. Asistimos a la confluencia de varios superdotados de su oficio que logran contarnos la terrible historia de un solitario violento con corazón. Pero para explicar mejor el fondo real de esta película, nadie mejor que Scorsese: "Es realmente la historia directa, simple, casi lineal de un tipo que llega a algo, que lo pierde todo y que luego se recupera, se redime. Pero se recupera espiritualmente. No lo logra fisicamente, materialmente, sino a través de algo que alcanza en su interior. Lo que me fascina a este respecto es ver cómo un boxeador se sitúa, en cierta forma, a un superior nivel espiritual. Él funciona a un nivel primitivo, casi animal. Y es quizá porque se sitúa a este nivel animal que él está más próximo del propio espíritu. Lo que quiere decir que probablemente los animales están más cerca de Dios de lo que lo estamos nosotros".


Conclusión a una obra estremecedora

Con total seguridad, al menos para quien firma estas líneas, 'Toro salvaje' es el mejor filme de Scorsese desde 'Taxi Driver'. Estas dos cumbres de su carrera fueron protagonizadas por un De Niro indescriptible en energías y talento (muy diferente al de ahora mismo...) y escritas por Schrader, pero aún vendrían más. Y vendrían porque Scorsese recuperó la fe en sí mismo, y aunque fue una etapa muy dura para él, consiguió salir más fuerte y más sabio. 'Toro salvaje' fue nominada a ocho Oscar, y aunque se alzó, de manera incontestable, con el de mejor actor y mejor montaje, perdió en la categoría principal frente a la muy inferior 'Gente corriente' (id, Robert Redford, 1980), que también venció nada menos que a 'El hombre elefante'(id, David Lynch) y 'Tess' (id, Roman Polanski), en un disparate difícil de asimilar. Poco importa, en definitiva, como poco importa su casi nula repercusión en taquilla en la época, porque 'Toro salvaje' queda como uno de los más estremecedores relatos que se conocen acerca de la soledad y la autodestrucción.

12 de septiembre de 2016

Estupor y Temblores (50) La muerte de Victor Jara

Unas 600 personas marchan en fila india con las manos entrelazadas sobre la nuca bajo la atenta mirada de militares con las armas montadas. Son estudiantes, profesores y personal laboral de la Universidad Técnica del Estado. El oficial al mando ordena sacar a uno de los prisioneros del grupo y le propina una salvaje paliza. Le golpea rostro y cabeza con la pistola, le patea costillas y genitales y le acaba rompiendo las manos a pisotones con sus pesadas botas. La víctima de esa explosión de odio y sadismo es Víctor Jara.

Es el 12 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile. El día anterior los militares han dado un golpe de Estado auspiciado por la Administración USA de Nixon, Kissinger y las grandes corporaciones, con la colaboración, muchas veces entusiasta, de oligarquía local, clases acomodadas y Democracia Cristiana. El presidente Salvador Allende, tras un bello, digno, sereno y lúcido mensaje al país, es acribillado a balazos.

La Universidad Técnica del Estado ha sido cañoneada y ametrallada. En su interior no hay nadie armado. Los ocupantes son llevados al Estadio Chile, recinto con capacidad para unas 2.000 personas que ahora hacina a 5.000. Víctor Jara es una de ellas, arrojado en un rincón, con el cuerpo quebrado. Así lo tendrán dos días, sin comer, sólo un huevo crudo que algún compañero le saca a un soldado.

Los soldados vuelven a llevarse a Jara y le propinan otra paliza a culatazos antes de hacerle jugar un rato a la ruleta rusa. Luego lo bajan a los subterráneos del recinto y lo acribillan a balazos. La autopsia revela más de 40 impactos. El día 15 sacan su cuerpo para arrojarlo a una fosa común. Una vecina y un trabajador de la morgue reconocen a Jara y consiguen contactar con su esposa y enterrarlo, de manera semiclandestina, en el Cementerio General de Santiago. Pasaron 36 años antes de que el pueblo al que entregó su voz pudiera enterrarlo de una manera digna, con una canción en la garganta.

La Boca D'Or 12 septiembre 2016

8 de septiembre de 2016

Vocabulario Fundamental. Planeta Tierra (22) 'Terra', de Yann Arthus-Bertrand


'Terra' narra la historia de la vida. Yann Arthus-Bertrand y Michael Pitiot nos revelan la formidable epopeya del vivir. Desde los primeros líquenes hasta los bosques gigantes, empezando por los monos de la jungla y hasta llegar a los grandes animales míticos de la sabana. En apenas 10 000 años, la vida terrestre ha sufrido un profundo cambio a causa del formidable desarrollo de la humanidad. La actual sociedad de los hombres se encuentra cada vez más sola en la Tierra. ¿Qué podemos apreciar aún del mundo viviente que nos rodea? ¿Cómo han evolucionado en él las relaciones? Terra es un viaje dentro de la historia del ser vivo, ahondando en la búsqueda del animal que llevamos dentro. Es, sin duda alguna, el encuentro de la propia humanidad. 

Terra no es un documental animal, ni un film de investigación militante. Terra es un ensayo, en el sentido literario de la palabra, sobre la especie humana y su vínculo con todo lo que cobra vida. Proponiendo reanudarse con el respeto hacia la vida salvaje, TERRA pretende ser una oda a la especie humana, una película humanista y voluntariamente positiva, para mostrar que la humanidad es aún capaz de “recuperar la esencia”.


7 de septiembre de 2016

Vocabulario Fundamental. Agua (16) La aventura del agua

'La aventura del agua' es una estupenda miniserie documental francesa de tres episodios dirigida por Pierre Bressiant en 2015 que narra la odisea del ciclo del agua sobre la Tierra. En el contexto de su ciclo biológico, descubrimos la ancestral relación que une al agua con el hombre, cómo cuidamos de este escaso y valioso bien y cómo intentamos gestionarla de forma sostenible. 

Para las sociedades humanas la posesión y gestión del agua es uno de los problemas más importantes del nuevo siglo y sin embargo esta milenaria comunión se ha deteriorado considerablemente por la acaparadora y derrochadora acción del hombre que ha distorsionado el fundamental ciclo del agua, contribuyendo con ello a la desertificación y el cambio climático. 

La aventura del agua

'La aventura del agua' (Water: H2O Stories) es una serie documental que repasa la historia del agua en el planeta Tierra. Comenzando con el ciclo biológico del agua, se puede entender mejor la importancia de este elemento mal conocido y comprendiendo la intrincada y compleja historia que une al hombre y al agua a través de los siglos. Una unión que el hombre ha dañado gravemente pero que algunos pretenden restaurar. Se trata de una serie francesa realizada por la productora Terranoa. Compuesta por tres capítulos de algo menos de una hora, utiliza imágenes reales, gráficos 2D y 3D, endoscopia, escenas time-lapse, fotografías de archivo retocadas y otras técnicas informáticas para informarnos de todo lo relacionado con el líquido elemento.

1. El agua y su planeta

Este episodio muestra el funcionamiento del planeta y del ciclo del agua. Un fascinante viaje desde el nacimiento del agua hasta su rol dentro del cuerpo humano. El capítulo es además un íntimo retrato de nuestro planeta azul, de una Tierra a la que le pertenece más el agua que a nosotros mismos. (...) El agua transporta todos los elementos que están disueltos en ella y los dispersa por tierra y por mar para alimentar a todos los seres vivos de la cadena alimentaria, que necesitan que les llegue la energía y los nutrientes ya elaborados por complejas simbiosis químicas y microbianas.



2. El hombre y su agua

¿Cuáles son los síntomas de la crisis del agua en la Tierra? ¿Cómo pudo el hombre meterse en el ciclo del agua y empeorar el funcionamiento de este proceso? El agua no es un recursos puesto a disposición de nuestra especie. El agua es un ciclo. A veces le hombre se olvida de la naturaleza salvaje del agua que puede golpearnos con fuerza. (...) La sobreexplotacion de los recursos del agua mediante la urbanización, la agricultura intensiva y la deforestación, modifican su ciclo natural, con consecuencias impactantes en el medioambiente que provocan tormentas e inundaciones sin precedentes.



3. El agua y su hombre

Cuando el agua sigue su curso natural protagoniza grandes aventuras. Pero cuando el hombre decide tomar el ciclo en sus manos le impone su ritmo, acelera el agua, la retine…, cambia a su antojo su misión para que esto líquido tan valioso sirva para producir y ganar, también, mucho dinero. ¿Es posible reconciliarse con el ciclo del agua?

El hombre es capaz de lo peor y ¿será también capaz de lo mejor? ¿Cómo puede introducirse en el ciclo del agua ajustándose a él? ¿Qué soluciones, adaptadas a la biología de nuestro planeta, puede proponer hoy la humanidad? El hombre necesita reconciliarse con el ciclo del agua, pues su destino depende de la buena gestión que se haga de ella y del respeto al medioambiente. El primer paso es la toma de conciencia del calentamiento global, el segundo, rectificar las prácticas erróneas que lo han hecho posible.