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11 de febrero de 2009

Marais, esplendor de piedra y bohemia


En París, en la margen derecha del Sena, triangulado por el Hotel de Ville, la plaza de la República y la plaza de la Bastilla se ubica el barrio de Marais. Marais (pantano, en francés) se localiza en el lugar donde hace siglos se hallaba un gran marisma, un pantanal.
















Hoy, aquellas marismas pantanosas se han convertido en un lugar pleno de diversidad cultural y de magnífica arquitectura, donde podemos disfrutar del pequeño y precioso Museo Picasso, del esplendor vanguardista del centro Pompidou y la magnífica plaza que lo abraza, del espectacular Hôtel de Ville (Ayuntamiento) parisino, de iglesias góticas y sinagogas que surgen cada pocas calles... pero el auténtico deleite de Marais son sus calles estrechas y adoquinadas, las placitas que se abren a tu paso -cuidadas con primor y buen gusto-, el laissez faire vital de sus heterodoxos residentes llegados de todas partes, sus calles iluminadas de naranja y piedra antigua, sus jardines, sus pequeños y estilosos restaurantes y cafés, las majestuosas mansiones de piedra con mansardas de pizarra donde vive gente, los coquetos puestos de frutas, las galerías de arte, los bares de copas gays, las tiendas de ropa, de productos kosher, de conservas de pescado, de máquinas de coser antiguas, de cualquier cosa, pero todo con un inconfundible estilo Marais.

En Marais, en definitiva, se mezclan perfectamente la modernidad bien entendida con un soberbio entorno clásico, en un lugar
lleno de vida y de rincones elegantes y maravillosos. Y de eso tan evocador que es la mujer francesa.

Este espacio de 125 hectáreas en pleno Paris conoció el lujo en el siglo XVII, el deterioro y la decadencia en el XIX y un nuevo auge y rehabilitación a finales del XX al ser ocupado por parte de la burguesía bohemia y/o la comunidad gay, de artesanos, artistas y profesionales liberales, de inmigrantes, de gente de todas partes y culturas, y todos ellos lo volvieron a dejar entre los más prósperos, tolerantes y chic de Paris. Que no lujosos, como pueda ser Saint Germain. En fin, lo que a Madrid sería Malasaña o Chueca. Y nunca serán.

Pero uno de mis lugares preferidos de este precioso barrio y por extensión de Paris es la maravillosa Place des Vosges, situada un poco escondida, pero en el corazón mismo de Marais.

Esta plaza es la más antigua de Paris y fue mandada construir por orden de Enrique IV, aquel príncipe hugonote francés que, al ser obligado a convertirse al catolicismo para poder ser rey, musitó aquello de "París bien vale una misa" en las guerras de religión que sacudieron el país galo en las últimas décadas del siglo XVI.
El rey Enrique la concibió como un espacio público rodeado de comercios y viviendas y así fue, aunque las casas que dan a esta plaza son de las más caras de todo Paris, fuera del alcance de los mortales.















Cuatro fuentes, jardines cuidados con primor, plena de simetrías perfectas, de soportales porticados donde asoman pequeños restaurantes y galerías de arte, donde tuvo su residencia el cardenal Richelieu y donde vivió y murió Victor Hugo, en la que ahora es su casa-museo. Sin pedigree casi.
En ese barrio y en esa plaza se respiran tolerancia y diversidad, se respira Historia, se respira cultura, se respira elegancia y se respira pasión y buen gusto. Me encanta vivir en Malasaña, tiene muchas cosas estupendas, pero veo los contenedores llenos de escombros, los muchos locales vacíos, las coreografías del horror impresas en el pavimento por los zapatos de quien han tenido un momento hepisadounamierdadeperro, los cutre-graffiti en las puertas de las casas, las botellas rotas, las basuras y los papeles tirados a dos metros de una papelera, las vomitonas y las meadas en las esquinas y entonces si paso por la infame plaza de la Luna -o como se llame ahora- ya se me cae el alma a los pies.